Que tengan valores, exitosos, inteligentes y una larga lista de cualidades propias de nuestro amor por ellos y de la felicidad que queremos que tengan hoy y siempre.

Sin embargo, muchas veces, esos anhelos se ven opacados por el comportamiento propio de los niños en diferentes etapas de desarrollo y nuestras acciones, a veces no corresponden con lo que deseamos a largo plazo.

Por tanto, es importante que conozcamos los diferentes estilos de crianza para saber qué, cómo y cuándo adoptar ciertas actitudes frente a esos desafíos del día a día.

Lo primero es saber que existe mucha información sobre este tema y bibliografía que te animo a seguir leyendo. De mi parte, me gusta aquella que desarrolla y aborda cuatro estilos en base al nivel de firmeza y el nivel de amabilidad que aplicamos al momento de disciplinar a nuestros hijos.

Estilo de crianza autoritario: mucha firmeza y poca amabilidad

En este estilo de crianza tenemos a padres muy exigentes, severos e inflexibles. Padres que recurren a un tono de voz alto y firme, muchas veces con gritos, amenazas, castigos (físicos y emocionales), que establecen reglas sin tener en cuenta la etapa de desarrollo del niño para cumplirlas correctamente. 

Son padres muy estrictos, que constantemente sobrevuelan por encima de sus hijos con el menor grado de empatía, de amor, de contacto físico, solo cuando emplean la violencia para “corregir” o disciplinar. No toman en cuenta la voz del niño o sus necesidades y no crean un vínculo afectivo seguro en la casa. 

Esto provoca, a largo plazo, adultos con un alto grado de desconexión con sus padres, sumisas o con baja autoestima, temorosos, con altos grados de ansiedad o depresión. Así también como el otro extremo de ser multiplicadores del modelo, conducta agresiva por haber tenido este ejemplo en casa.

Estilo de crianza permisivo: poca firmeza y mucha amabilidad

Aquí tenemos el opuesto al extremo. Padres con baja exigencia, cero reglas o límites en casa, complacientes con todas las peticiones de sus pequeños, altamente disponibles para decir que sí y responder de manera inmediata con los caprichos o mandatos de los niños. 

Este estilo de crianza, si pudiera llamarse así, responde a padres que desean ser amigos de sus hijos o que no quieren de ninguna manera establecer límites o decir “no” para evitar disgustos, malestares, rabietas o demás.

La consecuencia negativa con este estilo es que, a largo plazo, provoca actitudes poco pacientes, intolerantes, con baja resistencia a los límites de la vida, autocontrol inexistente y con bajo grado de resiliencia y adaptabilidad a nuevos ambientes donde las cosas no suceden a su paso o a su forma. 

Estilo de crianza negligente: firmeza nula y amabilidad nula

Aquí no tenemos ni una la otra. Padres totalmente ausentes y desconectados de su rol. Figuras parentales que no proveen contención a sus hijos ni se encuentran presentes ni emocional o físicamente para ellos. No exigen cumplimiento de reglas, límites o rutinas claras en casa, pero tampoco se muestran afectuosos. 

Estos padres delegan la crianza en terceros, (familiares o centros educativos). A largo plazo, los hijos crecen abandonados, con pobre autoestima, no saben cumplir normas y tienen problemas en la interacción social o poco sentido de valía. Usualmente salen a buscar fuera lo que no recibieron dentro, cayendo en vicios, malos hábitos o relaciones poco saludables.

Estilo de crianza democrático: balance entre firmeza y amabilidad al mismo tiempo

Este estilo de vida, más que de crianza, fomenta el amor, el respeto y los límites saludables como base de una excelente armonía familiar. Donde las reglas son colocadas por los adultos, se toma en consideración la voz del niño, la firmeza va acompañada de la empatía y se conversan sobre los problemas en un nivel ojo a ojo, cara a cara. 

Aquí, las etapas de desarrollo de los niños son muy tomadas en cuenta a la hora de establecer límites y consecuencias, puesto que no será lo mismo un límite para un niño de un año que para un niño de seis, ya que tienen niveles de cognición distinta y habilidades más desarrolladas para su cumplimiento.

Contrario a lo que piensan muchas personas, aquí no creemos en premios ni castigos, pero sí en las consecuencias lógicas y naturales. Estas le permiten al niño aprender de sus errores humanos y entender por qué no debe hacerlo la próxima vez. Es decir, que la motivación viene de adentro sin estímulos externos que condicionen si lo hace o no. 

Este tipo de crianza fomenta seres humanos seguros, con una sana autoestima y un buen manejo de sus emociones; además que crecerán más felices y esto se verá reflejado en su futuro. 

Espero que esta información te sirva y te sea útil para tu crianza.

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