¿Conoces la diferencia?

Si estás leyendo este artículo y pasas de los 30 años, es probable que no hayas sido educado para regular tus emociones.

La razón es que la generación pasada, con sus luces y sombras, no tenía la información con la que contamos hoy en día y así mismo como ellos aprendieron, nos enseñaron a aplastar aquellas emociones “negativas” o “malas”, porque no eran permitidas. 

Así, fuimos creciendo con la idea de que estar enojado o tristes era algo malo o no permitido para la sociedad.

Por eso, de seguro cuando escuchas la frase: “todas las emociones son buenas y válidas”, probablemente te causa un poco de ruido. Y quizá la razón sea que estés confundiendo la palabra emoción o la palabra comportamiento. 

La emoción es lo que sentimos dentro y el comportamiento es cómo expresamos esa emoción hacia afuera. Entonces sí, toda emoción es válida. Por eso no existen emociones buenas y emociones malas. Lo que existen son comportamientos apropiados e inapropiados.

Porque sí tengo derecho a sentir enojo, pero lo que no tengo derecho es a pegarle a otra persona por ello o hacerle daño a nadie.

¿Se entiende mejor?

Por eso escucharás que la crianza respetuosa propone validar la emoción de nuestros hijos, pero colocar límites al mismo tiempo en cuanto a la forma en que esa emoción es expresada. 

Por ejemplo: un niño hace una rabieta en el supermercado porque su mamá no le quiso comprar un dulce. La emoción del enojo es permitida, porque él quiere ese dulce. Entonces, puedo validar su enojo ante mi límite, pero enseñarle que la forma de expresarlo debe ser diferente. Puede tratar de pedirlo de manera más amable, llegar a acuerdos, negociar o aceptar que ese día, no se puede comprar el dulce y aprender a lidiar con esa emoción fuerte que le arropa.

Ejemplo ahora de cómo se ve esto desde la perspectiva de los padres: Tu hijo te habla mal o te grita. Eso produce en ti una emoción de enojo, que es totalmente válida. Pero es vez de reaccionar en automático, validas lo que sientes, pausas, reconoces la emoción, ves qué quiere comunicarte y luego respondes: “El enojo me quiere decir que no me gusta que me hablen así”. Al reconocerlo, eres capaz de respirar y poner límites diciéndole a tu hijo: “Entiendo que estés enojado, yo también me acabo de enojar porque no me gusta que me hables asi, vamos a calmarnos primero y hablar en un tono más apropiado”.

¿Viste? Validaste tu emoción, pero mediste tu comportamiento. Y eso mismo le estás enseñando a hacer a tus hijos a través del ejemplo.

Así que cuando comprendemos que toda emoción nos quiere comunicar algo, seremos más capaces de darle nombre a lo que sentimos, hacer una pausa y luego reaccionar con más compostura.

Es completamente normal que ocasiones estemos alegres, otras veces enojados y otras veces tristes. 

Si les permitimos entrar, vamos a darle la bienvenida, a aprender a reconocerlas, analizarlas, contenerlas y sacarlas. 

Una vez aprendamos a hacer esto es que podremos decir que alcanzamos entonces la inteligencia emocional. 

Domarlas a ellas para no permitir que nos domen a nosotros.

Espero que te sirva.

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